domingo, 31 de julio de 2011

Capítulo 2.

No le dí demasiada importancia a al excusa de mi madre, que ya se había marchado porque "tenía prisa". Me cambié apresuradamente mientras Almudena me esperaba fuera.
- Date prisa, en quince minutos cierra el instituto - decía ella, con una voz nerviosa. Ni que nos fueran a encerrar allí por pura maldad... Aunque sabía de alguien que sería capaz.
- Ya voy, ya voy - justo después de estas palabras, salí del baño, con una falda vaquera, medias transparentes, zapatillas estilo "converse" y una camiseta ancha.
Decidí mirarme de nuevo el pelo en el espejo, que seguía pegajoso, y no era nada agradable.
- Vamos, Sandra. Nos van a dejar aquí.
Entonces oímos un ruido en la puerta, como de llaves. Oh, estupendo. El conserje había venido a cerrar los lavabos.
- ¡Eh, eh! ¡Que queda gente en los baños!
Nada. Silencio. Genial, nos habíamos quedado encerradas en el lavabo del instituto, el sueño de toda adolescente.
- ¡Joder! Mierda. ¿Y ahora qué hacemos?
- ¿Y a mi me lo preguntas? Además, ha sido culpa tuya - dijo Almudena, señalándome como la culpable de que nos hubieran dejado allí tiradas.
- Mía... claro, cómo no. Sandra siempre es la culp... - me silenció poniéndome su mano delante de la boca.
- Sh. Escucha...
Le hice caso y me callé, escuchando con atención las voces procedentes del comedor, que cada vez se oían mejor. Eran dos chicos conversando:
- Hoy por la tarde hay entrenamiento de baloncesto, acuérdate.
- Lo sé, lo sé. No me apetece nada, pero tendré que ir.
- Y llévame la camiseta que te presté el otro día, ya de paso.
- Sí, no te preocupes.
- ¿Te acordarás?
- ¡Que sí...!
Reconocía esas voces. Eran Álvaro y Bruno. Y eran mis amigos. ¡Bien! Podíamos pedir ayuda. Me acerqué a la puerta y grité.
- ¡Álvaro! ¡Bruno!
- ¿Eh? ¿Quién es? - dijo Álvaro algo desconcertado.
- Soy Sandra, estoy con Almudena en el baño. Nos han encerrado.
- ¿Quién os ha encerrado? - preguntó Bruno. Se le notaba nervioso.
- ¡El conserje! ¿Podéis ir a avisarle, por favor?
- ¡Claro! Ahora mismo vamos. Venga, Bruno.
Y oímos sus pasos, corriendo por el duro suelo del comedor hacia la puerta. Yo suspiré aliviada.
- Menos mal que estaban ellos por aquí...
- Y mejor si uno de ellos es Álvaro, ¿eh, Sandra? - alzó ambas cejas, insinuando que me gustaba. Y tenía razón.
- Cállate. También es mejor si el acompañante de Álvaro es Bruno, ¿no, Almu? - era como le llamaba cariñosamente. También alcé las cejas. Sabía que le gustaba, era evidente por cómo le miraba cada vez que hablaban y por cómo se le dibujaba una sonrisa en la cara cuando él la miraba a ella.
- Déjame... - dijo soltando después una risita nerviosa.
Esperamos pacientes unos diez minutos cuando oímos de nuevo el ruido de llaves.
- ¡Al fin! ¡Gracias a Dios!
- Querrás decir a Álvaro - replicó divertido.
- Eh, ¿y yo qué? - dijo Bruno dándole un pequeño empujón.
- Sí, chicos, los dos habéis estado muy bien, pero sin Francisco (el conserje del instituto) no habríais hecho nada. - entonces me dirigí al conserje con una sonrisa - Gracias, Francisco.
- No, no ha sido nada. Si en realidad ha sido mi culpa... - dijo retirando las llaves de la cerradura.

- Eh, Sandra, ahora que me fijo... ¿qué te ha pasado en el pelo? - Álvaro me retiró un trozo de pasta que aún tenía en el pelo - Pareces salida de un vertedero. - rió en tono burlón.
- Mi amigo Daniel... - dije irónica -, que me ha tirado un plato de pasta encima sin querer.
- Vaya...
- Todo el instituto se ha reído de mi, nunca he pasado tanta vergüenza.
- Pues no nos enteramos de nada, habíamos ido a hablar con el entrenador de baloncesto por el entrenamiento de esta tarde, si no ya sabes que hubiéramos estado para defenderte - dijo sonriendo amablemente. Cuando quería era de lo más mono.
- Ya lo sé... o para reírte aún más de mi, dependiendo de tu estado de ánimo.
Bruno y Almudena seguían con interés nuestra conversación, riendo de vez en cuando. Debíamos tener un aspecto de lo más cómico, sobretodo por mis pintas.
- Por cierto, ¿vais andando a casa? - preguntó Bruno, mirando más a Almudena que a mi.
- Creo que sí.
- Podemos acompañaros si queréis, ¿no, Álvaro?
- Claro, ¿por qué no? Estaría mejor acompañar a Elsa Pataki, pero algo es algo - dijo echando la lengua sonriente. Y fue entonces cuando mis nervios estallaron y le tuve que pegar.
- ¡Eh! Que no soy de trapo, bonita - se llevó una mano al brazo dolorido, poniendo cara de corderito degollado. A mi no me engañaba.
- Claro, debí de hacerte tanto daño... Pobrecito mío... - dije revolviéndole el pelo como si fuera un perro.
- Sí, me has hecho daño... Pues ala, ya no soy tu amigo - y se fue al otro extremo, al lado de Almudena.
Todo el camino hasta casa fue así, bromeando, discutiendo, y de vez en cuando sacando nuestro lado más tierno, cuales ositos de peluche. Yo quería mucho a Álvaro, era dulce, divertido, simpático... y además, era muy guapo. Tenía el pelo claro, un poco largo, similar a Dylan y Cole Sprouse, unos ojos verdes grandes y preciosos y un cuerpazo, por eso de jugar al baloncesto.
Cuando llegamos a mi casa, donde ese día Almudena se quedaba a comer y pasar la tarde, los chicos se despidieron:
- Bueno, hasta mañana chicas.
- Adiós, mañana nos vemos en el instituto.
- ¡Adiós! - dijimos Almudena y yo a la vez.
Sí, definitivamente nos gustaban.

sábado, 30 de julio de 2011

Capítulo 1.

Todo aquello no podía estar pasando. Yo allí, llena de salsa de tomate de pies a cabeza, delante de un centenar de adolescentes con las hormonas revolucionadas a los que lo único que les preocupa es ser populares y reírse de la gente.
¿Por qué?, os preguntaréis. Pues un patoso empollón acababa de tropezar con el capitán del equipo de fútbol, éste le había empujado y la consecuencia acabó siendo mi propia persona bañada en pringue rojo.
- Lo siento mucho, Sandra - había dicho él, con un hilo de voz. Lo conocía de habernos encontrado alguna vez en la biblioteca.
Lo fulminé con una mirada asesina como los malos de las películas que intentan arrebatarle la vida al protagonista. Pero logré tranquilizarme.
- No importa, Daniel. Quédate tranquilo... - dije esto llena de furia contenida, tenía ganas de meterme con él, hacer que las risas que ahora resonaban en aquel enorme comedor se dirigieran a él, y no a mi.
A mi lado estaba Almudena, mi mejor amiga. En el momento del accidente se rió como todos, pero ahora intentaba limpiarme el pelo de restos de carne y pasta, y quitarme algo de salsa de las rojas mejillas, que en ese momento parecían dos semáforos que gritaban: ¡Peligro, peligro, no se acerque! Y desde luego reflejaban con gran éxito mi estado de ánimo. Estaba enfadada con el mundo, con Daniel, con Roberto (el capitán del equipo que empujó a Daniel contra mi) y con el resto del instituto y de ese estúpido planeta al que llamábamos Tierra, cosa también bastante estúpida porque la mayoría de él se encuentra cubierto de agua.
Caminé a paso lento hacia una de las mesas que se encontraban vacías y Almudena me siguió en silencio. Una vez sentadas comencé a comer mi pasta con carne y salsa, lo que me enfureció aún más porque me recordaba a lo ocurrido allí mismo hacía unos escasos instantes.
- Sandra, sería mejor que fuéramos al baño a lavarte y ya de paso llamar a tu casa para que te trajeran algo de ropa limpia, ¿no te parece?
- Quiero terminar mi comida. Luego vamos. En seguida termino, y tenemos una hora y media hasta que cierren el comedor y el edificio entero. No hay prisa.
Almudena suspiró y apoyó su cabeza en su delicada mano de uñas pintadas con la manicura francesa. Ella tenía suerte, nunca le pasaba nada malo: era guapa, sus ojos azules destacaban sobre una piel morena llena de vida, y su pelo castaño trazaba unas bonitas ondas a lo largo de su espalda hasta, aproximadamente, la mitad de ésta; su cuerpo era delgado, aunque no excesivamente, y resultaba evidente, aunque fueras una chica heterosexual, que era atractiva y tenía un gran físico. Nadie se metía con ella nunca, muchos chicos le pedían salir y además era una chica bastante inteligente. En cambio yo, la tonta de Sandra, tenía el pelo negro, liso pero siempre enmarañado, la piel pálida, unos ojos negros hundidos y un cuerpo que no era a gusto de nadie. ¿Sabéis eso de "nada es a gusto de todos"? En mi caso era cierto, no era a gusto de todos, ni de unos pocos. Yo no estaba hecha al gusto de ningún ser que habitara el universo.
Terminé de comer pronto, no me apetecía seguir entre los murmullos de la gente y las miradas indiscretas hacia mi, era incómodo. Fui a dejar la bandeja a su sitio correspondiente y me dirigí, junto con Almudena, al lavabo de las chicas. Allí intenté lavarme un poco el pelo, lleno aún de comida, para mi asquerosa (aunque acababa de comerme exactamente lo mismo).
- Déjame al móvil, yo llamaré a tus padres. Tú sigue lavándote, que te hace falta - dijo sacándome un fideo del hombro y haciendo una mueca de asco.
- Cógelo en el bolso, lo dejé en la esquina de la papelera.
- Vaya, buen lugar... - dijo dirigiéndose hacia el bolso. Cogió el móvil y llamó rápidamente a mis padres.

- ...
- Isabel, soy Almudena. Estoy en el baño del insituto con Sandra.
- ...
- Ha tenido... digamos, un pequeño accidente en el comedor... Necesita que le traigáis ropa para cambiarse antes de que cierren el insituto.
- ...
- Un chico ha tropezado y su comida ha caído encima de Sandra. Así de simple - se le escapó una pequeña risita.
- ...
- Vale, gracias Isabel.
- ...
- Hasta luego - colgó el teléfono y se acercó a mi -. Dice tu madre que vendrá lo antes posible.

-Eso espero.
Seguí escurriéndome el pelo, con la cabeza debajo del grifo del que salía agua tan fría que me extrañaba que no se hubiera congelado todavía.
Esperamos durante más de media hora. Yo me había sacado la camiseta para quitar los restos que pudieran haber pasado a mi sujetador. Todo eso era asqueroso, estaba deseosa de irme a casa.
- Eso de "lo antes posible" no sé qué significará para mi madre, pero no me hace nada de gracia que tarde tanto.
- Tranquila, debe de estar al llegar...
Entonces, a través del espejo, vi a una mujer que entraba por la puerta: mi madre. ¡Al fin!
- Mamá, lo antes posible es antes de los 37 minutos, ¿sabes?
- Lo siento hija, había atasco.
Sí, claro, y yo me lo creía.